Leído 2020: Adolescentes



“Quizás en el tren” 
 Martín Blasco    Andrea Ferrari 
 loqueleo 
 Santillana

Alma se siente especialmente vulnerable. Ya no quiere ser Jiang-Li, ni satisfacer cada demanda de sus padres, ni hacer el enorme esfuerzo de la escuela china –tan exigente, dura – de los sábados, ni mucho menos casarse con esa especie de primo que llegó desde China para “ayudar” a la familia. Apenas tolera ser Mei Mei, la hermanita de Celeste que no contravino la tradición familiar: casamiento ceremonial con alguien de la comunidad. Por eso se siente morir cuando le roban el celular en el tren. Ahí estaban los mensajes y las únicas cuatro fotos de Matías…Ella cree que Matías es la luz… espera días y días una respuesta…que no llegará, aunque rescate un dispositivo viejo que se descarga a cada rato.

Jorge se siente juez. Observa a quién arrebatar. Cree saber quién se lo merece, o quién puede tener un aparato por el que valga la pena arriesgarse. Siempre en el tren. Siempre las mismas líneas conocidas. No va de cualquier manera: traje, corbata, l pelo alisado con gel. Entonces es “Alejandro”

Una farsa, es. Ha creado un personaje para olvidar la dureza de una infancia sin cariño. Su madre –la ve solo de vez en cuando, para almorzar- cree que es un agente importante de una empresa de seguros, que es un conquistador, que está demasiado ocupado para hacerla abuela, que obtuvo un título universitario que le es de provecho.. Él no la desmiente…en realidad es la madre quien inventó el hijo que quiere tener…

Por alguna razón, y pese a que el celular que le quitó a la chinita es bueno, tiene valor, no atina a desembarazarse de él. Sabe que corre riesgos. La chica empieza a caerle simpática y tiende a protegerla cuando siguiéndola desde el celular que le arrebató, la sabe en peligro…

Tal vez la muerte repentina de esa madre siempre fuerte haya tocado una cuerda oculta. Tal vez algo bueno quede de aquel niño sufriente. Tal vez.

La “chinita” recuperará su identidad: Alma, esa noche de los límites. Él nunca podrá decirle “soy Jorge”, pero realiza acciones que hablan de eso otro que también puede ser.

A cuatro manos y dos sensibilidades. Andrea tuvo que penetrar la cultura china puesta a funcionar en territorios de exilio, siempre sentidos como poco hospitalarios por la generación sometida al desapego, muchas veces admitida como la identidad verdadera por hijos y nietos. Martín tuvo que andar la calle, esa que nos hace duros, pone callos a la misma sensibilidad del “no visto”, el “no expectable”, para armar su Jorge- Alejandro.




“Clarisa y el sótano de papel” 
 Fabián Sevilla 
 Planeta Lector 
 Col Planeta Rojo


Para olvidar que no recuerda el rostro de mamá, que nunca hubo papá, pliega con dedos expertos, delicados, mágicos. Ahí, en el patio del orfanato la ven y la eligen, justo el día de su cumpleaños 13.

Mientras asiste a conocer a los “papás recuerda un sueño extraño, con árboles y una canción hermosa, en un idioma desconocido.

Verlos y darse cuenta que nunca va a ser papás. Quieren sus dedos, y una voluntad doblegada. Clarisa confirma que debiera llamarse “Oscurisa” cuando llega a la isla, a ese castillo que parece un dragón derrotado, a ese sótano oscuro cuyo único punto de contacto con el mundo es una claraboya, tan tan alta.

Ella ,flaca y dura, él, obeso y deforme, los Paspartú la obligan a picar papeles. Chiquitos, delicadísimos…nada de pliegues: picar, picar y cuidar sus dedos. Así y todo puede notar la belleza, la trama, la materialidad casi etérea de esas planchas. Decide guardar algunas bajo el colchón mezquino en que duerme, cuando nota que tiene que empezar a picar revista, periódicos, restos que no vuelan ni se suspenden solos.

Entonces pliega a “Nene”, casi tan grande como ella; a Ambrosía, una araña simétrica que coloca en lo alto, para que teja; a “Cornalito”, un pez de grandes y atemorizantes dientes que pone a nadar entre bollitos de papel en un botellón de boca ancha que encuentra en un rincón. Pliega una hermosa grulla blanca…pero no le pone nombre, y por fin pretende una mariposa que se resiste y se arma sola: una oruga exigente y malhumorada que finalmente –tan lúcida- provoca la crisis que motiva a la niña y despierta a los amigos de papel, que cobran vida porque han sido armados con pliegos de togamogas…

Mesié Shenil le hará notar que ya no pica papel leve, capaz de suspenderse solo para animar fiestas, que trabaja con restos porque ya no hay togamogas…que sin togamogas ya no habrá cuentos, relatos, ni magia. Fueron siempre las esporas de togamogas las que renovaron relatos, leyendas, sagas…

Entonces Clarisa puede ligar: tres pequeñas semillas que se atesoran en el salón de los Paspartú, para cultivar un 30 de febrero, el fervor de los viejos por sembrarlos…y la extraña canción en ese idioma misterioso que no conoce pero parece comprender…

Sus amigos de papel resultarán imprescindibles para la misión que se impone, aunque estén perdiendo consistencia, color, textura `porque los bosques que les dieron vida fueron extintos. Sus amigos y los pliegos que le quedaron, porque el mundo no pude quedarse sin el consuelo, la caricia, la magia de nuevos cuentos.

Muy original aunque atrevidamente perturbadora. Para chicos con universo de lectura.







“Bajo el cielo del sur” 
Antonio Santa Ana 
 Grupo Editorial Norma 
 Edición limitada (Firmada por el Autor) 

En 1998, cuando Antonio Santa Ana despertó la conciencia, además de la sensibilidad que suele estar siempre a flor de piel, con la historia de Ezequiel, estigmatizado por parte de la familia por padecer SIDA, todos nos sentimos Sasha, su perro, el único capaz de ver al ser humano, no su enfermedad. Acompañamos el empeño de su hermano, un niño apenas, por recuperar vínculos, por compartir los últimos días de ese hermano mayor cuyo último anhelo era completar su sonata de Bach en el chelo, para obsequiársela al niño que estuvo hasta el final, a la abuela que hizo el puente…

Ahora, desde algún país del norte donde habla en inglés, y recordando frecuentemente la Ilíada porque él también es un sobreviviente que retorna, aquel niño, hombre ya, vuelve al sur. La abuela ha muerto, le ha heredado sus cosas y también a Sasha, que vive en el campo.

Vuelve para cerrar el círculo, para rescatar al perro siberiano de los ojos buenos, para recorrer Buenos Aires con otros ojos y recordar algunos trayectos con Ezequiel. No estará solo. Lo acompañará su amigo de adolescencia. Podrá perdonar al mejor amigo de infancia, enquistado entonces también en el temor cuando él le confió: “Ya sé por qué están enojados con Ezequiel”.

Vuelve para confirmar que sus papás no lograron entender, para rescatar el chelo, aunque sabe que jámas va a ejecutarlo. A mirar el mundo poe el hermano que no pudo hacerlo. A vivirlo con su perro.

Lleno de hermosas reflexiones y de citas entrañables, tan nuestras, del flaco Spinetta, Luis Chiozza, Juan Gelman, Virginia Wolf, Ana Ajmátova, para encabezar las “partes”. Además, un precioso volumen. Esta primera edición lleva firmas originales de Antonio, t es bello en sus azules profundos, sus negros sutilmente estrellados, la silueta serena del perro…Un conmovedor tributo de amor, respeto y hermandad








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