Leído en 2018 Adultos



Mujeres que compran flores 
 Vanessa Monfort 
 Random House Grupo Editorial



Gala padece el síndrome de Galatea: no puede, no debe, no sabe envejecer. Busca pasiones para aturdir un huevo irremediable.

Casandra es una “superwoman”. Eficiente, hermosa, eléctrica. Una gran carrera diplomática. “No tiene vida propia”, sospechan todos.

Aurora es “la bella sufriente”. Treinta y cinco años. Una belleza exótica que su madre –conservadora y temerosa- procuró opacar con pelo corto –negra y encendida la cabellera de la niña-, vestimenta anodina y muchos alertas. Una gran artista, insegura y dependiente de un amor tóxico que no hace sino atraparla con su lastre. Virgen a los treinta y cinco años

Violeta es envidiada: una carrera brillante que podría ser mejor si aceptara un destino fuera del país…pero Pablo y los niños. Buena madre, mejor esposa, bellas, emprendedora. Siente que se le apagan las pasiones y a veces la familia –tan acomodada a que ella lo resuelva todo- es impedimento.

Olivia. Olivia es un misterio: esbelta, madura, luminosa y de una extraña sabiduría. Es un candil que regentea “El jardín del Ángel”, una encantadora floristería emplazada sobre el antiguo cementerio de la Iglesia San Sebastián, donde se sospecha descansan los restos de Lope de Vega, justo debajo del olivo , que preside el vivero. Nadie sabe desde cuándo está esa mujer que alumbra, orienta, consuela, acicatea. Nada se sabe de su pasado y de las horas que pasa fuera del jardín…

Movida por la invitación del portal “Nunca dejes de soñar”, llega Marina, arrastrando el dolor de la soledad y la falta de timón. Después de meses del desconcierto en que la sumió la pérdida de Óscar, abrumada por la intervención insistente de su madre, ha decidido mudarse al barrio de las letras. Ahí está, con las maletas y las cajas cerradas, durmiendo hecha un ovillo en un rincón de un sofá. El peso del sufrimiento la aplasta…¿Se confunde Olivia cuando la toma por alguien que busca trabajo, apenas la ve entrar, recelosa y anhelante? ¿sabe qué tipo de crisálida alberga en ese ser que siempre fue copiloto, se dejó llevar?

Convergen en ese rincón, donde las flores transmiten mensajes, son símbolos, y animadas por Olivia se mirarán dentro, se apoyarán unas a otras para que todas puedan liberar lastres y empezar a ser quienes son, desnudas de prejuicios e imposiciones.

Marina narra este precioso verano cerca del Parque del Retiro de Madrid mientras emprende el desafío que la transformará en un ser capaz de desplegar alas. Su capullo se abre cuando toma la decisión de llevar las cenizas de Óscar a Tánger, en el barco de ambos. Nadie imaginaría que el Peter pan tendría un único tripulante/capitán: Marina, que mientras atraviesa el Mediterráneo en busca del Atlántico que la lleve a destino, repasa la historia de las amigas que la esperan en Madrid, y revisa su propia trayectoria vital, el vínculo enfermizo con sus padres, el que la unió a Óscar siempre en rol de copiloto.

Deliciosa celebración de las pasiones, encendida defensa de la libertad responsable, ferviente alegato contra los designios de las “buenas costumbres” que enarbolan los prejuicios y lo instituido como norma que paraliza.






“La bailarina de Auschwitz” 
 Edith Eger 
 Planeta

Debió resignar pronto la sensación de ser la menos dotada: Magda era buena con el piano, además, tan coqueta y tan pagada de sí misma; Klara se transformaba en un ángel cuando ejecutaba el violín. Mamá siempre fue reservada y un poco mezquina con los afectos –evidentemente Klara era su favorita- , tal vez porque nunca pudo superar la muerte temprana de su propia madre, a cuyo retrato reclamaba ayuda cuando las situaciones vitales la sobrepasaban. Papá hubiese querido ser médico. Por designios familiares apenas pudo ser sastre…de los buenos, Mirarlo ejercer optimismo ayudó a Edith –que se sentía opacada y fea pese a haber superado la desviación de sus ojos, producto de una mala praxis a edad temprana- a buscar su propia superación en el ballet.

Pero llegó Hitler, y la suya era una familia judía. Como miles, abandonaron su hogar una noche para llegar a un lugar gris, con un portal que rezaba “Arbeit macht frei”, Había música cuando arribaron –todos, menos Klara, que no había podido regresar a casa después del toque de queda- y el padre pensó no debería ser un sitio tan malo. Sonrió cuando se lo llevaron con otros hombres. Mamá aferró a sus hijas y le recordó a Edith que no podrían quitarles lo que llevaban dentro, que se pusiera firme, que no era una niña. Debieron pasar muchos años para que recordara qué dijo cuando le preguntaron si eran madre e hijas o hermanas…Mamá fue seleccionada para otra fila. La primera guardia, cruel, le dijo que había ardido en los hornos, con otras cientos y otros miles apenas horas después de formar la primera fila.

Un día más. Una hora más. A pesar del hambre, el frío, los castigos. Aferrarse a Magda. Procurar levantarse todos los días hasta que estuvo frente a Mengele…”baila para mí, pequeña bailarina”: debió recordar la libertad, el sol, el calor del pueblo y danzar, semidesnuda frente a los ojos del tirano. Un mendrugo fue su premio. Un pan seco para repartir entre sus compañeras de litera.

Un destino y otro. Largas caminatas, y más pavor, pero con Magda.

Al final de la guerra, mientras yacía entre un montón de cadáveres, alguien la rescató y la regresó al mundo de los supervivientes

Con la espalda rota y los pulmones destruidos, sostenida por el tesón de Magda, regresa a Kosice, a casa. Encontrarán a Klara, que mantendrá A LA PEQUEÑA FAMILIA CON SUS CONCIERTOS.

Su labilidad la llevará a recuperarse en un hospital para tuberculosos donde conocerá a Bela Eger, heredero de una potente familia de industriales checoslovacos, también sobreviviente de campos de concentración, judío como ella.

Contraerán enlace y procurarán una vida de rutinas previsibles, de cobijo. La crueldad del régimen soviético obligará a la migración. Cuando todo esté dispuesto y tengan ya su pequeña hija –la fortuna de Bela en un container rumbo a Israel, adonde marchan también sus buenos amigos- Edith decide sobre la hora, en el último instante –ha conseguido los documentos necesarios- que Israel y su clima de guerra no son destino de superación. Con lo puesto, marchan a Estados Unidos.

Esperaban mejor suerte. Nada es fácil.

Edith conseguirá graduarse en Psicología. Enriquecerá su formación en distintas universidades de varios estados hasta alcanzar el doctorado, Nunca olvidará el sufrimiento de origen. Tratará de preservar a su familia del horror. Escatimará datos de sus vivencias negativas hasta comprender que esquivar no sana, Se mantendrá cerca de Magda, que también elige los Estados Unidos como sitio para vivir y toda vez que pueda la familia se reunirá con Klara, que se establece en Australia, donde concreta una carrera musical destacada.

Este es el testimonio de una voluntad de superación. Edith Eger hará un inestimable aporte y colaborará con su mentor, Víctor Frankl ,a la sanación de espíritus quebrados como el suyo. Aplicará técnicas novedosas –logoterapia, hipnosis- que serán tomadas por profesionales del mundo entero.






Náufragos 
 María Cristina Ramos   Virginia Piñón 
 Ruedamares

Hay quienes huyen de la poesía, por etérea quizás, por evanescente. Quienes prefieren la narrativa de cuentos o novelas , o la bella eficacia de un ensayo no podrán sustraerse de esta hermosura misteriosa, atractiva, inquietante.

Poemas de inefable lindura, a veces tan cerca del habla cotidiana, y sin embargo tan impactantes en la sorpresa…

“Él tenía los ojos grises / del gris que teje el verde del olivo…”

“Están heridos por la sed que da desear la compañía…”

Y junto a los versos de arte mayor

“nadie sabe de su amor crecido en escondites / guardado en el resplandor de insospechadas caracolas…”

La brevedad que alumbra…

“bajó dormida de las nubes / hasta los brazos de los bosques…”

¿Qué decir de estas sensaciones?

“… llegó un minuto / desprendido de la cascada del tiempo…”

Qué cuaderno aquel en que…

“Una manada de palabras pastará / en sus lacias llanuras esta noche…”

“mientras yo escriba tu nombre / en el margen, donde espigan los abismos…”

No digo más. Éxtasis y embelezo




Hanoi 
Adriana Lisboa 
 Edhasa Novela
Decidió que iba a hacer como los elefantes. Apartarse mientras tuviera fuerzas, conciencia, voluntad. Debería elegir un lugar, lejos. Antes, desprenderse de todo lo que lo ataba a la vida.

Primero, renunciar al trabajo. Sería más fácil que haber perdido a Lisa (“Sos un fracasado” –le había dicho- “un don nadie”). Después, sus cosas…menos la trompeta: no se renuncia a la música. El jazz, el blue, iban a marcar el ritmo de su última travesía. Tenía que elegir. El acuario para el niño de Teresa, y lo demás, entre los vecinos.

Mientras aprendía el nuevo lenguaje de su cuerpo, liderado por un cerebro invadido por un glioblastoma multiforme (va a ser rápido, los síntomas vendrán por oleadas, le advirtieron), recorría el barrio, sus calles, los parques. Chicago era una ciudad de anonimatos. Tuvo tiempo para recordar la bonhomía de Luiz, su padre brasilero, y a Guadalupe…la alegría, la belleza de esa madre mexicana que se fu un día sin dar explicaciones.

Entró al mercado del barrio por primera vez, y vio a la cajera: rasgos orientales,, cansancio en la mirada. La charla –nimiedades- , lo llevó a regresar y ampliar el foco: el dueño, vietnamita, sobrio y ordenado. La chica se llamaba Alex. Vivía con Bruno, su pequeño hijo. Le ofreció que fuera a buscar lo que precisara, porque tenía que mudarse.

Así comienza una relación extraña y maravillosa. El le lipe que elija un punto del planeta y ella decide HANOI, la tierra de Huong, su madre, de Lynn, su abuela. Él tolerará el avance del mal con estoicismo. Ella leerá el dolor en ese cuerpo.

Cuando sólo le quede la trompeta, ella pide que retrase la partida, y que se mude a su casa…”voy a acompañarte”.

Dos seres pequeños, extraordinarios en sus trayectorias de vida. Dos familias que huyeron del horror de la guerra, de las garras miserables de la pobreza que margina.

Y junto al altruismo del despojamiento definitivo, la nostalgia por lo que no fue -David nunca pudo perdonar a Guadalupe que alguna vez tuvo un regazo tibio y una cortina de cabellos brillantes para protegerlo. Luiz se fue apagando sin regresar jamás a sus orígenes-, la asunción plena de una suerte esquiva.



Para mirarse dentro. Para reflexionar acerca de nuestro ser y nuestro estar en el mundo. Bella.





“Para siempre”
 Susanna Tamaro
Seix Barral
Biblioteca Formentor

Hace quince años, apenas enterrado Guido, el padre ciego que sin embargo pudo ver en él la oscuridad, el desapego, el desdén y confesarle la pena infinita de la decepción, Matteo, después de vagabundear dos años con Laika, la pequeña lazarilla que eligió para su padre cuando ya no estuvo mamá, que jamás había admitido un perro en casa, porque “para eso tenés una mujer”, se estableció en la campiña, en una parcela que tuvo que desmalezar a la par que limpiaba su corazón de miserias.

Quince años para redescubrir que la abuela le había legado el saber necesario para vivir de la tierra, de las criaturas del bosque y de los cauces.

Serenado el espíritu a fuerza de aislamiento y trabajo manual, ahora que ya puede tolerar que lo visiten, pernocten, compartan el queso de sus ovejas y el vino que decanta de su trapiche artesanal, escuchen sus testimonios, decide escribirle a Nora, origen de la más inmensa alegría y del más horrendo desbarrancarse en el fango pegajoso del abandono, la malicia, el desdén y la mentira.

Nora había sido el ser luminoso que lo completó con su optimismo, su vitalidad, su manera fresca, su unción por la poesía, su defensa del tiempo interno y privado para la meditación. A la practicidad objetiva de Matteo –clínico primero, cardiólogo muy respetado después-, había sumado lirismo y su mirada clemente y particularmente universal sobre las cosas. Le había dado un hogar tibio, un niño –Davide-, y anidaba la niña que esperaban cuando un inexplicable accidente la transforma en una llamarada al fondo de un barranco. Se había ido con los niños y su mundo de estrellas y razones bienhechoras.

Ahora puede escribirle una larga larga carta –esta novela- para desnudarse y desprenderse de la lobreguez, para contarle cómo, a fuerza de trabajo a destajo, silencio y soledad pudo huir de la nube maloliente del alcohol, de la miseria de haber arruinado la vida de Larissa, que lo amo, aún víctima de sus desquicios.

Y porque aprendió de Nora a escuchar anclando, descubre en el joven que se acerca a la colina un miércoles de otoño, la posibilidad de zanjar sus deudas con el pasado, con la vida.

Hermosa y nostálgica. Susanna Tamaro nos lleva a sentir, mirar, abrazar los días con actitud emprendedora, a aceptar la muerte y su desleírse como un proceso paralelo, entrelazado y tan pleno como la vida




 




“La Esposa joven” 
Alessandro Baricco 
 Anagrama 
 Panorama de Narrativas

Inaudita. Desafiante. Insólita. Poética. Difícil y convocante. Podría seguir agregando atributos…no alcanzarían para dar idea de la dimensión de este convite de Alessandro.

La vida transcurre con rutinas fijas, observadas y marcadas por el celo discreto y fervoroso de Modesto, quien tras servir a otras generaciones no menos caprichosas, maneja todo con las palabras justas –pocas-, el gesto sutil –puede desaparecer en dos movimientos sin que apenas se note- y cierta disciplina de la epiglotis –una tosecita discreta, dos, un leve carraspeo…

El Padre -debe hallar la manera de conjurar el destino de su prosapia de morir por la noche-, La Madre -exquisita en su belleza evanescente-, la Hija –ni la pierna que arrastra, desobediente y loca, nubla su rara hermosura- burlan el terror a la noche con larguísimos desayunos celebratorios que se extienden hasta avanzada la tarde. En la mesa, grande y generosa se atiende a las visitas –distinguidas todas- y se zanjan temas de la economía familiar.

La familia, además de la mansión y los campos, explota la industria textil. Con la excusa de estudiar las posibilidades de expansión es que envían al Hijo “La Isla”, para desairarlo del capricho de comprometerse con una joven cuya familia –también para imponer prudente distancia- emigró a la pampa argentina…

Al temor reverencial a la noche, al inconveniente del Tío que desde que llegó con sus baúles duerme a toda hora en los más insospechados rincones, se agrega la desaparición súbita del Hijo…cuando a la puerta llama la Esposa Joven, que viene a cumplir su promesa de contraer enlace, ahora que tiene dieciocho.

Modesto deberá enseñar a la recién llegada tres o cuatro normas: se reverencia la alegría, porque la infelicidad es una pérdida de tiempo; las vacaciones son una resignada y a menudo molesta obligación, dos semanas de cada año; en la casa nadie lee, a menos que la Madre –que lee poesía en secreto, y de ahí la curiosidad de sus silogismos- lo autorice.

La Esposa Joven –que aparece como otro inconveniente- dará razones y sentido a las empecinadas costumbres de los miembros de la familia, agregará motivos a la laboriosidad de Modesto, y quién sabe…

Un gran fresco, que se transita con moderada angustia por la suerte de sus protagonistas, una vez admitida la dinámica de voces que se suman arbitrarias y caóticas a la del narrador y la presencia casual, persistente, desesperada del escritor, que mientras ensaya explicaciones sobre el arte de la escritura en general, sobre este libro en gestación en particular, confía l lector que esta es su manera de ordenar sus días y sublimar angustias y el caos que la vida le significa, consecuencia de un profundo desengaño.

Para leer morosa y amorosamente, sin prejuicios, sin preconceptos, dispuestos a la sorpresa y a lo casi inconcebible…




 




“Los besos en el pan” 

Almudena Grandes
Tusquets
Col Andanzas

La vida ha dado lecciones contundentes y dolorosas respecto de las consecuencias que la prepotencia humana puede tener para los eslabones menos favorecidos de las comunidades. La sensación de poder infinito de las sociedades opulentas terminan hundiendo en el más absoluto desamparo a cientos y cientos de familias que confían en la seriedad de sus sistemas de gobierno, que convidan “gasta, consume, no te prives, toma préstamo, hipoteca, siéntete dueño…”

Esta es la amorosa, clemente, persuasiva mirada de Almudena sobre apenas un rincón de un barrio de Madrid, donde todos –solidaridad y lazos, y recuperación de la ley mediante- deberán aprender otra vez a besar el pan, para que no falte, y no le falte a nadie.

Unos perderán empresas que se tenían por bien montadas, otros el techo…y deberán aceptar la solidaridad de cuerpos de ayuda –casi todos sostenidos por jóvenes bajo la atenta tutela de abogados, trabajadores sociales, médicos, expertos en manejar situaciones límite- y transformarse en involuntarios okupas de espacios devastados por la crisis.

Habrá familias que deberán convivir con la incertidumbre de que eses sea el último día de trabajo, de que se anuncie otro recorte de salario. Habrá quien viva el paro eterno y deberá recordar la vieja finca de los abuelos para recuperar el sentido de los días.

Habrá quienes resistan juntos la arbitrariedad de los bancos, la caprichosa decisión del Ayuntamiento de echar a la calle a los habitantes de edificios enteros que de pronto y sin que nadie conozca cómo fueron adquiridos por fondos buitre. Quienes deberán tomar la calle un día y otro y otro que cierren el puesto de salud, donde unos trabajan y otros son atendidos de sus dolencias.

Se resignarán presupuestos para peluquería, y sin embargo Amalia sostendrá sus centro de belleza y propondrá la gran caja para alimentar a quienes lo han pedido todo.

Habrá quien sucumba y elija la muerte, quien vea el hambre en la mirada extraviada de los niños de su escuela, y quien colabore con su decisión de calmarla, con dignidad.

Muchos nombres tendrá la empatía: Pascual, Diana, Sofía, Mariana, José, Pepe, Amalia, Aurora…Muchos, la desesperación: Antonio García, Andrea-Andrés, María Gracia, Amhed, Fátima…

Habrá cuadros de incomparable ternura: Martina no quiere que la familia sucumba a la tristeza…la hija perdió el trabajo, la nieta marchó al exilio…por eso arma el árbol de navidad en septiembre. Venancio ahorrará fuerzas para cuidar a Pilar hasta el último aliento. La madre de Pascual , hallará la manera de confiar a su primogénito que él y sus tres hermanos no son hijos de Juan, a quien fue fiel a su manera toda la vida, sino de su verdadero gran amor, el tío Alfredo…

Pequeñas historias, muchas ligadas por la amistad, el parentesco, los afectos, la simple vecindad, y un gran propósito: dar cuenta de la resistencia y de la resiliencia del género humano cuando se dispone a empinarse por sobre miserias, mezquindades y egoísmo de un modelo pensado para el buen pasar de pocos, con derroche de recursos que implican el deshaucio y la marginación de inmensas multitudes de hambreados, de gente que pierde sueños, rumbos, sentido…



 


“Los amantes bajo el Danubio”
 Federico Andahazi
 Planeta

Sobrio, pese a que un ojo mal operado le llore permanentemente, elegante como fue norma desde su pasado noble en Hungría, Bora atraviesa el puente Alsina para dirigirse a una cita que le responda un por qué que quedó pendiente una vida entera. Anciano, volverá a tomar las manos –viejas también- de Hanna, su primer amor.

Ella lo espera tranquila. En el espejo ve a una mujer grande que perdió el rojo encendido de la cabellera que obnubiló a alguna vez a Bora, ve manchas y arrugas, ve paz y dignidad.

Se deben este encuentro. Desde el último abrazo, que fue de cuatro emocionadas voluntades, transcurrieron veinticinco años. Se amaron hasta el extravío, contra todos los designios y la oposición férreas de sus familias.

Los Persay abandonaron discretamente el caserón, donde vigilaban, adustos, los ancestros, y ahí se instalaron, él a obedecer su vocación de pintor y madurar su carrera como político y diplomático, y ella a dejarse amar y luchar contra las paredes de la mansión, que la rechazaban.

Tuvieron su primavera en Estambul, donde Bora fue designado embajador, sin sospechar que ese primer encuentro con Roderich Müller, militar alemán, sellaría un futuro de oscuridad y encierro.

De regreso, ya no hubo rechazo de la majestuosa casa Persay…hubo la garra del nazismo dividiendo y aniquilando. Hanna, judía, se refugió entre los suyos. Volvió al calor comprensivo de Andris, el joven en el que siempre pensó la familia como el compañero ideal, lejos de la rigidez de la nobleza.

Consumada la traición, el despecho de Bora lo llevó a Marga, campesina, lozana, emprendedora. Ella dejará las dulces praderas para acompañar la carrera artística del marido, aunque viva apagada e incompleta en la triste Budapest de 1944.

Cuando Hanna y Andris conserven apenas la propia vida, ignorantes del destino de la familia, de bienes que les fueron confiscados, vendrá el auxilio. Bora y Marga los esconderán en los sótanos de su propio hogar, y las vidas transcurrirán casi en suspenso, paralelas pero hermanadas por la angustia.

El olfato de Roderich Müller, su prepotencia, su insana vanagloria, su presencia insistente, insidiosa ah{i arriba, aplastarán aún más el discurrir de las horas en el subsuelo…

Arriba Bora se obliga a pintar el retrato del opresor, abajo, Hanna inventa juegos de placer para que Andris resista.

Cuando el nuevo esposo de la judía escondida llegue al límite de la locura, vendrá la idea, magnífica, que salvará la dignidad y la entereza de los cuatro.

Poco después se escindirán los rumbos.

Bora no hubiese imaginado que pasearía incrédulo, siempre de estricto traje, por las granjas cordobesas de Unquillo. Marga no hubiese soñado que retornaría al amparo de la tierra, para abonarla, sembrar, desfallecer animando la cosecha, orientando a ese noble torpe que la tomó un día por descarte y desesperación a la consagración definitiva de su carrera como pintor.

El cobijo argentino traerá además de un hijo –Bela- zozobra y satisfacciones, misterios, y una vida nueva.

Hay que tener buenos anclajes, simiente noble,para resistir tanta devastación y tan increíbles señales de gloria y elevación



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