Más Adultos 2019



“La ilusión de los mamíferos” 
 Julián López 
 Random House Mondadori 
 Literatura

La acongojada crónica de una relación elegida, protegida en la intimidad de un departamento, legitimada por la fidelidad del sol y el ibirapitá florecido de amarillo que esperan en el balcón… dos varones que se tocan los dedos, mientras transcurren los domingos de los encuentros.

Domingos que se esperan con angustia y que cuando llegan con la presencia del amado despliegan pequeñas ceremonias…el desayuno con vajilla y menú elegidos, diarios y poesía que se comparten en voz alta, el amor de los cuerpos y las almas, los largos silencios, las poquísimas confidencias porque lo que está afuera –la familia y los hijos de uno, la preocupación y la culpa por un padre amoroso que atraviesa una vejez intrusada por el alzheimer que lo obliga a ser cuidado en un geriátrico- no puede ensombrecer la luz de las palabras, los gestos, los pocos paseos públicos a la luz del día, a los que se atreven, juntos.

A veces los domingos empiezan en sábado, porque el amante viene a menguar el dolor, la enfermedad, en el lecho silencioso que se abre para aquietar la fiebre entre los brazos, el pecho abierto, los muslos envolventes del amado.

Pero es una relación que brilla como una estrella fugaz…luminosa y evanescente.

Habrá exilio temporal en la vieja Berlín, el consuelo de amigos, bares, callecitas con historia, cerveza, arte..pero se vuelve a los interrogantes del ibirapitá, y el desconsuelo del sol –tampoco está ya pap{a- en el departamento vacío de un barrio de Buenos Aires.



Intimista, delicada, comprensiva, clemente…



“Pequeño país” 
Gael Faye
 Salamandra 
Narrativa

Cuando Gabi recibe la carta del último amigo que le queda en Buyumbura, Burundi, termina de entender que su ser, cómodo y de liviana vida en París, donde vive desde que Michel, su padre, lograra sacarlo junto a la pequeña Ana, su hermana con un salvoconducto, es apenas un espejismo, un esbozo, un intento. Que la intensidad de los días, quebrada por el horror de las guerras étnicas -Ivonne, su madre y toda su familia materna era tutsi, de Ruanda, exiliada por motivos políticos en Burundi- estará siempre ahí, en el pequeño callejón protegido de la infancia, en esos días de robar mangos, nadar en el río, colarse en los bares nocturnos para escuchar el rumor del pueblo, negro.

La señora Economopoulos, una delicada ciudadana griega que como tantos eligió el misterio, la belleza, la mística africana ha muerto y le ha legado su baúl de libros. Es el motivo para volver, y mientras tanto, repasa la vida amorosa que alguna vez tuvieron Michel, su padre francés, empresario de la construcción, e Ivonne, esa negra briosa, potente luchadora a quien el horror de la pérdida de toda su familia como consecuencia de las diferencias incomprensibles entre hutus y tutsies terminará quitando razones y cordura.

Mientras vive días exitosos pero anodinos, un poco hueros, en París, recuerda la gloria de las tardes de lectura con la griega, cuya bella, paciente, mansa sabiduría descubrió sólo cuando la violencia desatada encerró a las familias en sus casas para esperar sólo más horror. No puede menos que reflexionar que los libros y la guía de la buena señora lo salvaron de ser él también parte y herramienta del odio, la venganza destructiva…

Reconstruirá en su mente y en su corazón el momento en que su madre decide hacerse olvido, el día en que Michel saluda a sus pequeños, a salvo en un avión que los lleva definitivamente a Francia, a la vida, para esperar nomás la emboscada que lo atrapará poco después…

Narrará el regreso a los paisajes, los sonidos, los aromas –ay, los mangos y las buganvillas-, el abrazo de Armand, que se ha quedado en el callejón de Gino, los gemelos, Francis…el patio donde sirvieron en su casa Prothé, Donatien, negros serviciales y dignos que también cayeron en esa guerra sin sentido, o con alguno sólo comprensible para el poder, el dominio que no mide lo que pisa, lo que triza…

Volverá a los bares de la noche, con Armand, y reconocerá esa voz, esa letanía eterna de quien quiso lavar las huellas del horror y no pudo… tiene un para qué, otra vez: rescatar a Ivonne, la sombra de la hermosa madre tutsie espigada y despierta de otros días…









"
El niño en la cima de la montaña”
John Boyne 
Salamandra

Cuando papá, asediado por voces y fantasmas de la guerra que pretendía ahogar con alcohol desaparece y mamá, que lo cuida con devoción, enferma de tuberculosis y muere…no hay más salida que dejar París y acogerse en el hogar de las hermanas Simone y Adele Durant.

El maltrato que sufre Pierrot en el orfanato lleva a Adele a buscar a Beatrix, la {única tía, quien se desempeña como ama de llaves en un enorme caserón en los Alpes de Baviera: el Berghof que es refugio de Adolf Hitler.

Además de olvidar su nombre – el Pierrot francés resulta inconveniente en el nuevo hogar, la nueva patria- el niño deberá olvidar también a Anshel y su mamá, sus vecinos judíos de la infancia parisina. Pasará a llamarse Pieter, y con el nombre, mutará también su personalidad, sin que su tía Beatrix ni ninguna de las personas que sirven en el Berghof pueda hacer nada por evitarlo.

Pieter se transforma en un perfecto idólatra del Fuhrer. Lo admira, lo secunda, lee lo que le aconseja, se endurece al punto de traicionar a su sangre.

No sentirá remordimientos sino cuando todo se desmorone, y se quede solo por meses en el inmenso caserón de la montaña, esperando que lo atrapen, porque sabe que fue parte de un régimen que sembró muerte, persecución, horrorosas torturas.

Crecerá y deberá mirarse mucho. Mirar el horror de sus elecciones…Katarina le recordará su crueldad y volverá a rechazarlo. No podrá estar quieto ni establecerse en ningún lugar… Regresará a París y golpeará la puerta del niño que quería ser escritor para olvidar la sordera que lo obligaba a dibujar mensajes con las manos . El hombre, aquel pequeño judío, jamás dejó de ser Anshel Bronstein: preparará las plumas para un testimonio perturbador y oscuro…



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